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martes, 25 de mayo de 2010

Y en ese día..


Hasta el día en que yo me muera,

deja que derrame mi corazón solo por tí.

Solo por tí.

jueves, 20 de mayo de 2010

Un susurro en la lejanía





Hola, hola

¿Alguien me puede oír?

Soy una voz perdida;

una voz que no dice palabras.

Hola, hola

¿Estás solo?

Déjame grabar la sintonía de tu soledad;

y así tenerla siempre conmigo.

martes, 11 de mayo de 2010

Pastillas de mi corazón.

Todo lo tenías en esta vida,
todo marchaba perfectamente,
pero optaste por desviarte del camino...
sin retorno.
Tú eres bueno para las drogas,
ahora te centras en tus amadas pastillas;
pastillas de tu corazón.
Ahora estás sin nada,
¿por qué lloras en ese oscuro rincón?
Intentas desaparecer, evadirte de este mundo,
pero en el fondo caes más en la adicción.
Caes,
caes,
caes...
Pero esa frase aún te martiriza tu marchito pecho;
"Soy bueno para las drogas, mis pastillas de mi corazón"










jueves, 6 de mayo de 2010

Escalón de mármol sucio.


- ¿A dónde llevaran estas escaleras? - susurré a la voz del silencio.
¿Dónde quieres que te lleven ellas? - respondió la silenciosa voz.

Al filo del peligro. En el borde del abismo. En el hilo del tiempo. No se me ocurren más frases para indicar el sitio donde me encontraba exactamente en ese momento. Me sentía horriblemente relajada, tranquila. Ninguna alteración nerviosa ni mental en mi cuerpo y mente. Mis ojos seguían fijos en el barranco oscuro que tenía bajo mis pies. Una marea caótica de recuerdos y momentos taladraba mi cerebro. Al mismo tiempo, una descarga de adrenalina corrió con fuerza sobre mis venas, casi destrozándolas.
Quería saltar ese abismo. ¡El cuerpo me lo pedía! Pero la mente, más sensata, me suplicaba que no lo hiciese. Hilos mentales invisibles guiaban mi mirada hacia unos peldaños perdidos en la esquina de la habitación. Cuarto redondo, hipnótico y caótico. Me esforcé por alejarme de aquel barranco de oscuridad y acercarme a observar detalladamente cada rincón de aquel tétrico cuarto; cortinas raídas y destrozadas, muebles viejos, muñecas rotas... Me hizo gracia la figura de una gallina-reloj que estaba, justamente, cerca de aquellos peldaños sucios y misteriosos.
Aquel cuarto era completamente blanco, digno de un cuento de hadas. Pero apestaba a soledad y a muerte.
Con al misma curiosidad que coronaba a la pequeña Alicia en su País de las Maravillas. Mis pies, incontrolables, comenzaron a subir cada mágico y blanco peldaño de la escalera. Telarañas y silencio eran sus tesoros a cada tramo. Acariciaba las paredes y el reposamanos, creyendo que yo ya había estado allí, respiraba y degustaba cada amarga sensación que invadía mi pecho, recorría con mi mirada cada rincón...
Supe que cuando llegué a lo más alto de la torre, ya no tenía escapatoria.
Supe que había llegado a mi propio País de las Maravillas.

Un cálido frío.



Entrégame tu estrella de hielo
para congelarla de nuevo junto a la mía,
para que brillen hasta que muramos;
un débil susurro lejano al mar de dolor.

martes, 4 de mayo de 2010

Doble.


Zoya lo podía sentir detrás suya. Se giró lentamente hacia las sombras. Podía sentir su respiración helada, entrecortada. La propia presencia del intruso; una presencia que helaba la sangre en las venas, que la dejaba sin respiración. No podía verle. Las velas formaban una leve luz fantasmal en la oscura sala, un escenario que no parecía tener fondo. Zoya escrutó la sala con una fuerte tensión en sus miembros. Sentía una gran serenidad y calma en su confusa mente. Sus sentidos captaban cada sensación que anidaba en aquella escena llena de tensión. Su mente registraba cada rincón que sus pies o sus desnudas manos podían llegar a tocar o sentir. Permaneció en completo silencio en aquel lento reconocimiento, esperaba a que su misterioso visitante apareciese. Una simple carta blanca con el sello de una calavera de tintes burdeos había aparecido en su alcoba aquella helada mañana.

- Has venido - susurró una débil voz lejos, y a la vez cerca, de ella - ¿No tienes miedo?.

Zoya negó en silencio, terminando su quehacer.

- Bien. No tengas miedo. No debes de tenerlo.
- ¿Andrej?.

La pregunta de Zoya vino seguida de un largo silencio. La respiración de Andrej se hizo más audible a su fino oído.

- ¿Por qué no te sientas, querida Zoya?.
- Prefiero estar de pie.
- Como desees - una pausa para tomar aire -. Te estarás preguntando que habrá sucedido...
- Entre otras cosas - las respuestas de Zoya eran de un filo cortante y seco, hostil.
- Bueno, será mejor que te limites a decirme tus preguntas, y yo a responderlas.

Zoya dejó escapar un suspiro lleno de rabia.

- Mi única pregunta es saber dónde está la salida.
- No creo que esa sea su pregunta.
- Responda.
- No lo sé.

Hubo otro silencio incómodo entre ambas presencias. La luz de las velas tembló levemente y emitió un pequeño aplauso de luz hasta apagarse por completo. Zoya, cansada del extraño juego que el hombre ejercía sobre ella, se acercó al rincón donde podía sentir más su presencia. Andrej. Estaba sentado en una butaca. Zoya paró de caminar. Había algo que no encajaba. Una máscara ocultaba el rostro del visitante, una máscara sencilla, blanca, que dejaba al aire unos orificios para que pudiese ver con unos penetrantes ojos dorados y pudiese respirar por su nariz recta, perfecta. Los grandes ojos oscuros de Zoya resbalaron por aquella máscara y cayeron sobre el duro y frío suelo de mármol.

- Una máscara - se limitó a comentar ella, su voz tembló en la última vocal.
- ¿Cuál será la razón...? - dejó caer él suavemente, recalcando cada palabra con voz aterciopelada.
- Las máscaras revelan el verdadero rostro de las personas, ¿no es así, mi querida Zoya?.

Zoya sabía que aquello sucedería. La primera vez que vio a Andrej, el joven hijo de una familia de residencia señorial en las afueras de Rusia, le había resultado un joven misterioso. Después, horriblemente tétrico. No tenía madre, su educación había sido dada por un padre que apenas aparecía por casa y por unos criados cuya voz era el completo silencio. Zoya, hija pequeña de una familia pobre, buscaba trabajo como criada o niñera. Le habían ofrecido a Andrej para que lo vigilara de cerca, a pesar de la gran diferencia de edad que había en los dos.

- ¿Qué vas a hacer conmigo? - Zoya tembló en la oscuridad.
- No voy a hacerte daño, Zoya - repitió Andrej mientras alzaba una de sus enguantadas manos y acariciaba la suave mejilla de Zoya, capturando una lágrima -, confía en mí. Siéntate.
- Una petición un tanto fuera de lugar, ¿no te parece?.
- Por tu propio bien. Trato de protegerte.
- ¿De quién...?

Zoya sintió que la suave y helada superficie de la máscara blanca de Andrej se acercaba a su oído izquierdo, susurrándole suavemente:

- De la Sombra que hay en esta casa, Zoya.
- ¿Una sombra? - tembló violentamente - ¿De qué demonios me estás hablando, Andrej?.
- Antes que nada quiero que sepas que siento mucho que te veas envuelta en esto - Andrej la miraba fijamente desde la máscara. Volvió a acariciarle el rostro.

Zoya sintió un fuerte golpe a olor nauseabundo en su nariz. Los dedos de Andrej le acariciaban casi con violencia la mejilla. Ella lo apartó de un fuerte manotazo y retrocedió, tanteando en la oscuridad algo para poder defenderse. Él se había incorporado y la miraba fijamente. Ella sabía que Andrej, cada noche, veía a una extraña sombra vigilarle desde su cama. Un ángel negro, creía ella. Mi madre, creía él.

- Me decepcionas, Zoya - la voz de Andrej se había vuelto violenta. Voz de monstruo.
- Por favor...

La máscara cerró fuertemente una de sus manos.

- Está bien, muchacha... - avanzó lentamente hacia ella mientras retrocedía a trompicones. Pero la pregunta que salió de la garganta del desconocido la desconcertó por un momento -: ¿recuerdas a tu madre, mi querida Zoya?.

Al ver el gemido involuntario de ella al agarrarle con fuerza el brazo, continuó:

- Es un recuerdo muy poderoso. Un recuerdo lleno de luz; los cálidos brazos de una madre... Todos los niños tienen un rincón de su mente reservado para la mujer que los trajo a este mundo. Si ese recuerdo se pierde, el niño cae en la oscuridad.
- ¡No me toque! - aulló ella, zafándose desesperada.
- No quiero hacerte daño. Soy tu amigo... - se alejó tres pasos de ella.

Antes de que pudiera finalizar sus palabras, Zoya gritó de rabia y, candelabro en mano, se lanzó contra el extraño que tenía enfrente. Un extraño que no era Andrej. La base del candelabro se estrelló con fuerza contra la máscara blanca, rompiéndola en miles de trozos. No había nada allí.
Zoya, aterrada, concentró su mirada en el amasijo de masa negra que tenía enfrente suya. No tenía puesta la ropas de Andrej. Pudo descubrir el rostro demoníaco que se formaba ante ella, ojos llenos de oscuridad y una afilada boca que siseaba como una serpiente furiosa. Un alarido brotó de la garganta del ser y estalló en los oídos de Zoya. Supo que estaba escuchando la voz de la Sombra. Supo que, todo aquel tiempo, estaba hablando con la Sombra. Después, unas afiladas garras la arrastraron hacia la oscuridad.

¡Bienvenidos!

Bienvenidos a mi blog.
Aquí comenzaré a subir historias mías, algunas que otras con fotografías ^___^

¡Gracias por ver y pasarse!